Yo ahora
camino mucho, ¿viste? Bueno, imaginate, me pasó algo de lo más extraño ayer,
volviendo de la oficina. Me había colgado la mochila y apenas al salir me asaltó
la sensación de que algo estaba mal, no sé bien qué, algo. Algo como que los
árboles están podridos por dentro o que la gente no quiere en realidad estar
bien, ¿viste? algo así. Yo, ni bola. Porque si empiezo a pensar en esas cosas me
enrosco y no tiene sentido, así que con mi mochila a cuestas le empiezo a dar
por la principal. Caminar me hace bien, además este clima es ideal, excepto que
ayer justo se había instalado esa masa húmeda, que es muy rara en esta ciudad,
tan seca; los taxistas y los que venden medias en la calle transpiraban mucho y
tenían esa aureola que se nos hace a los hombres cuando el calor es tanto y el
desodorante no alcanza a taponear la mugre que se nos sale por los poros. El
color de la tarde era distinto, ¿viste? No era ese color que tiene la tarde
cuando salís de trabajar y te vas contento a tu casa.
Resulta que me
acerco a uno de los pibes que se sientan en la vereda con la mano así, que
pueden estar horas con la mano así, esperando una moneda o cualquier cosa y le
digo “Pibe, ¿tenés calor?” Se me había ocurrido que sería lindo tomar un helado
y pensé que un helado le vendría bien a ese pibe en esa tarde pegajosa y
horrenda. Los detesto, después, a esos pibes, porque estás comiendo en un
restaurant y vienen con estampitas o chucherías, es como que hay momentos y
momentos, ¿no?
“Ey, ¿tenés
calor?” repito, pensando en que no me había escuchado. El pibe ni se mueve, ni
me mira, nada. La mano así, te lo juro. Me quedo un rato, miro a los costados,
en la vereda ancha siguen pasando los
que compran, (¡qué mucho que compran -pienso fugazmente- cuántas bolsas, y qué
grandes!). En un momento me acuclillo y el pibe sigue como si yo no existiera,
era él y su manito así. Una mosca lo molesta y hasta me dan ganas de
espantársela. Me levanto y me pongo a caminar, mirándolo. Viene una señora de
trapos, lo alza así como está y lo pone en un auto, en el asiento trasero. Del
asiento del acompañante (un Dodge 1.500 bordó) sale otro pibe, muy parecido al
primero y se pone en el mismo lugar, con la mano así. “Ah, bueno” pienso y sigo
caminando.
Algo evidentemente está mal. Qué raro, porque
justo el otro día pensaba qué lindo es todo, qué suerte es este hermoso
atardecer. Me detengo en seco porque siento que alguien me está mirando, una
sensación fuerte, eh. Miro alrededor y jaja, qué tonto, eran los carteles
publicitarios, estaban todos esos actores y conductores mirándome fijo desde
carteles gigantes en la vereda de enfrente. Los miro yo también, trato de
entender qué me están diciendo, qué es lo que me quieren decir. Leo las
palabras que los rodean y las palabras me dicen que tal canal tiene “9 de los
10 programas más vistos”. El cartel de al lado, el del otro canal, dice “no te
dejes engañar, a nosotros nos ve más gente” o algo así. Comprendo entonces que
alguno de los canales nos miente, los conductores y los actores me miran, Rial
me señala, por ejemplo. ¿Por qué me señala Rial?, pienso.
Sigo ya con la
idea fija de hacerme de comer algo rico, viste que ahora que estoy solo me doy
maña, me cocino bastante. Pienso en berenjenas, la abuela de mi ex hacía una
pasta de berenjenas que era una locura, me animaría a hacerla, sí señor. Paro
en una verdulería boutique de esas que hay en el centro y el tipo me dice “no
hay berenjenas, pibe, ¿no te enteraste?” Faa, pensé, lo que me faltaba.
Se ve que hay
una escasez de berenjenas, que los dueños de las plantaciones de berenjenas se
pusieron firmes contra el Gobierno y nos están limitando las berenjenas. “Me
estás cargando”, le digo al verdulero. El verdulero me mira fijo, duro. Es un
segundo horrible, porque parece que me estoy mofando de su trabajo, me hace
sentir como un pendejo quisquilloso, desinformado. Al instante afloja todos los
músculos de la cara y los contrae en una sonrisa exagerada. “¡Si, pibe, obvio
que te estoy cargando!”. La señora que tiene la bolsa abierta se ríe también,
mientras el verdulero le echa camotes. Anota en una hoja enorme -de esas de
envolver fiambre- y recita animado “dos cuarenta más uno setenta son… cuatro
con diez Martita, ¿algo más?” Dos limoncitos, dice la señora y yo salgo de mi
sopor, inflo el pecho y me dispongo a salir. Cuando estoy por pisar la vereda,
el tipo me dice “Igual, no vas a encontrar berenjenas en ningún lado, no es la
época”. Ya estoy en la vereda, respiro, alzo la cabeza, algo está mal. Ambos,
la señora y el verdulero, me han visto la cara, tendré que ser más precavido,
mirar hacia el suelo de ahora en más. Es raro, porque justo el otro día
caminaba mirando a los ojos de la gente y pensaba “qué bueno es mirarse a los
ojos”.
Decido que ya
está bien de caminar, las diez cuadras que faltan las voy a hacer en micro. Me
acomodo en la parada, viste que el 40 viene enseguida, me subo y el pasillo del
micro está vacío. Todos los asientos están ocupados y me toca ir parado, son
pocas cuadras, me gusta viajar en micro, no pasa nada, aunque siento algo en la
garganta, los ojos me empiezan a brotar como de furia, de decepción. No voy a
llorar, decido que no voy a llorar.
Pero cuando
llego a mi casa me largo a llorar, no sabés cómo, como si tuviera hijos
esparcidos por el mundo entero y todos me enviaran en ese momento el mismo
mensaje de texto: “Papá, me estoy muriendo”, o como si todas las berenjenas del mundo estuvieran en un
mismo bol y un niño les rociara veneno. Me dolían la espalda, la cabeza y los
ojos de tanto llorar, no tenía consuelo, ayer a la tarde. Empiezo a retroceder
el día, buscando las causas de tanto llanto.
Las encuentro.
Estaban ahí, en la mañana, después te cuento si querés. La cuestión es que me
tranquilizo. Sigo llorando, parece que me hace bien. Me voy a la cama, me cuesta dormir, ya sabías,
abro el cajón de la mesa de luz y está el pastillero. ¿Me tomo una mitad? Si,
me la tomo. Vaso de agua y apoyo la cabeza. Me despierto. Me baño, el agua se
lleva algo de mi piel. Me calzo la mochila y parto a la oficina. La mañana está
preciosa, pienso. Qué suerte es este hermoso amanecer. Decido caminar, camino
mucho yo ahora, ¿viste?
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