¿Qué es el ENIE?

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El ENIE (Encuentro itinerante de escritores) es algo más que una sigla que denota lo que somos, un encuentro. Este espacio, abierto a la participación de escritores noveles, tal vez de los márgenes, activos y activistas de la palabra; es una convocatoria anual que se realiza en distintos puntos de la argentina. Efectivamente, cada año se nuclean en una provincia las actividades propuestas para tal ocasión que consiste en conocerse, compartir experiencias de lectura y de escritura, realizar charlas, debates, visitas a escuelas y penales del lugar. También es una buena oportunidad para estrechar lazos que, a pesar de las distancias, se mantienen intactos hasta el próximo encuentro y que, de hecho, son los que alimentan las ganas de volver a verse. Sí, el ENIE tiene esa cosa extrañamente mágica, cuasi mítica, de reunir a poetas, narradores, trashumantes, inoportunos, colgados y pirados que pegan onda (como se dice por ahí) ni bien entran en contacto.

21/9/11

CALANDRIA



Asesinamos
como medida preventiva
entes vivos de sangre fría
alejados
por forma o tamaño


Cualquier diferencia
nos calma


Son peligrosos para los niños
decimos
o tal vez
contagian enfermedades


Son ellos o nosotros


A medida que las similitudes
nos acercan
aun sin llegar
a la exacta concordancia
emerge desde la niebla de emociones
un principio de compasión
y culpa


Al hacer explotar desde fuera
a velocidad de bala
el pecho pequeño de un ser
de ojos negros   y cuerdas melodiosas


No es necesario
que nos amonesten


Su sangre se parece a la nuestra
y de ahí fluye
espontánea
la tristeza





Culpen a los aplausos...



Culpen a los aplausos
que no aprueban lo complejo
encriptado   hermético
los intentos vacíos
de llenar versos con vacío
buscar las causas primigenias
decir algo de la nada


Culpen a los aplausos que siguen
cual eco parido en la concavidad de las manos
a juegos de palabras
frases felices aliteradas
refranes reciclados en ironía
o familiar ternura por lo viejo conocido


Culpen a los aplausos
por generar abstinencia
porque su ausencia desespera
por su fluorescencia verde radioactiva


Culpen a los aplausos
por desenrollar la lengua mental
como la de un perro sediento de correa corta
que no alcanza a probar la lluvia




La frase...


La frase

“un hombre es todos los hombres”
funciona en ambas direcciones


la humanidad entera
es un ser conciente que un día morirá


quedarán las ciudades
nuestro esqueleto colectivo
reduciéndose con lentitud de hueso
a polvo y salitre


quedará una línea inútil
recursiva e infinita
formada por cables
de todo largo y grosor
como un sistema nervioso vacío de impulsos


la atmósfera será nuestro ataúd
cuando la ciudad ya no lata
como late una ciudad
cuando el país ya no respire como respira un país
y la Tierra no mire
ya nunca más
como mira la Tierra




Dioses ignorantes...


Dioses ignorantes
no sabemos manipular
nuestra esencia divina
elevarnos a la inmortalidad



toda muerte es un error
del que nada se aprende



CRISTIAN EN SU OBRA




Lo que Cristian revela en sus textos es  el hueco donde habita la ironía. Sus palabras ácidas, conscientes de ser mundo, de estar obligadas a definirlo sin nombrarlo verdaderamente, crecen a la expectativa del ojo incauto de un lector ingenuo para atacarlo con la contundencia de lo concreto, de lo real, que es el dolor. Sus versos, puntiagudos, juegan a torturar el vacío con más vacío y crean de esa nada la concavidad del decir: los intentos vacíos/ de llenar versos con vacío/ buscar las causas primigenias/ decir algo de la nada/

Abofetea nuestro asombro con un tono de sentencia: la humanidad entera/

es un ser consciente que un día morirá/ quedarán las ciudades/ nuestro esqueleto colectivo/ reduciéndose con lentitud de hueso/ a polvo y salitre

Su poesía es metapoesía, no deja de mirarse a sí misma, pero a la vez es el reflejo de lo que mira. Acaso leerla no deje de ser una provocación.


toda muerte es un error/ del que nada se aprende



20/9/11

25 de España



Confusión en la dirección
como para perder la cabeza, de suerte
que ya no pierdo la cabeza
nunca más a lo franchute del ‘92 ¡Capullo!
Olé olé olé
las patas de aves nuevas, a las de
posarse.



Como para perderla, pero no. Ya no la pierdo a la cabeza
sobre todo si es casual y efímera la gracia de tener
—TE sobre costos impagables de una plaza oscura
y sobre bici que se calza botas indias,
tu cola de tele
y porro.



Ya no pierdo la cabeza. La he perdido
de antemano en offside y off the record.
Ya no pierdo, es cierto, pero cuánto he perdido…
Bla bla bla amor de mar de amigos
y eso.
No voy a construir
el relato de mis pérdidas.



No tengo cabeza que perder. Es decir:
no tengo nada que perder
que no haya perdido.
Debido a Russell, mi cabeza
es un conjunto de elementos
que no se representa
a sí mismo. Perderla ha sido
un lujo caro,
&
no more, honey,
NO



Es que
ya no pierdo; a lo sumo resto
en todo
lo que va y que
mejor



quedarse. La paz
imperturbable
y loca.



En fin: si el deseo muere,
el cuerpo muere. Hoy fue
sábado.


Sangra.






Las mejores duplas de la hora



Palermo y el Guille, Batman y Sancho,
la trompeta y el saxo de estos que justo justo justo
y se merecen todo el oro,
yo y mi whiskey, Platero y yo
o sea la estela que forma la luna
cuando adopta un formato de amor o de silencio.


Mi whiskey, en tanto, deambula entre hielos.
Yo lo dejo; es como un perro mi whiskey,
como Jerry corriendo por la orilla
de un psico––trópico: mi whiskey y yo,
la barca, la luna y el río.


Pero el domingo no es bueno para el whiskey.
A la tarde se me asusta como en fiestas
de petardos y lechón y gente fría. Jerry,
¡vuelva, hijo mío! No se asuste, le pongo la tele,
vamos mi guacho: hay perras en celo,
suba a la mano.


Ignore al afuera.



¡Déjeme un hielo…!




Stricto sensu


Me río de Baal y de Hermes y de Paul,

vikingos de razzia loca en la pegada



que brincan entre fiordos

desinflados;

 sueñan

el sueño que nos roban.



Heme reído también dEl Elegido:

un ancestro al revés igual de chato,

no quiero tutelas

de coraje a pasitos

de la muerte, ni luz mala

de hordas flacas

en el cielo que elijo

para huir.



Me río de las patas de tu chivo que vi nunca,

de la gravedad pasada y la futura.



Me río, es decir, de todo héroe

sin ondas expansivas.



Vos, ¿de qué demonios te reís?



TOMÁS EN SU OBRA




“Me río de mi río y también del río ajeno” como carta de presentación para este poeta. Potente, de versos estruendosos, Tomás apunta con sus signos -¿de admiración? ¿de interrogación?- directo al lector y juega a la ruleta rusa, verso por verso: no quiero tutelas/ de coraje a pasitos/ de la muerte, ni luz mala/ de hordas flacas/ en el cielo que elijo/para huir.

En su caos poético el signo lingüístico no sabe qué hacer, por ende debe resignificarse siempre – es decir, todo el tiempo-  y comienza a hablar consigo mismo: Me río de Baal y de Hermes y de Paul,/ vikingos de razzia loca en la pegada/ que brincan entre fiordos/ desinflados; sueñan/ el sueño que nos roban.

no me dijiste nada...

no me dijiste nada
de la alegría
como si el premio y el castigo
de seguir respirando fuera
ser el testigo impasible de un tsunami
o del misterio de una flor que se inclina
ante la luz porque no ha nacido
para hacer otra cosa