Como una llamada directa a la
aspereza del universo, los versos de Chirino nos acercan una voz lírica, grave,
que se ensimisma en la extrañeza del hombre frente al mundo y su delirio. La
respiración se entrecorta, pero la música suena de fondo evocados en el ritmo
interno de cada verso : El invierno habla en mi rostro/ no como voz,
no como imagen,/se imprime sobre mi rostro ciego/ deja letras esparcidas,
esquirlas/ detenidas en el aire amarillo.
El ojo entreteje metáforas con
cadencias que animan al poema. Facundo zumba en la palabra, pinta su geografía
de colores íntimos, viscosos, pero purificadores: ¿Qué clase de deseo es este?/ Donde colores se agolpan/ y todo es
enjambre al ataque
Todo lo sensorial se abalanza con la sutileza de un secreto:
Ahora
siento la podredumbre/ ese olor a acequia desempleada,/ color lúgubre y vida
misterios. Misterio que el autor
comparte, cómplice.
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