Lo que Cristian revela en sus
textos es el hueco donde habita la
ironía. Sus palabras ácidas, conscientes de ser mundo, de estar obligadas a
definirlo sin nombrarlo verdaderamente, crecen a la expectativa del ojo incauto
de un lector ingenuo para atacarlo con la contundencia de lo concreto, de lo
real, que es el dolor. Sus versos, puntiagudos, juegan a torturar el vacío con
más vacío y crean de esa nada la concavidad del decir: los intentos vacíos/ de llenar versos con vacío/ buscar las causas
primigenias/ decir algo de la nada/
Abofetea nuestro asombro con un
tono de sentencia: la humanidad entera/
es un ser consciente que un día morirá/ quedarán las ciudades/ nuestro
esqueleto colectivo/ reduciéndose con lentitud de hueso/ a polvo y salitre
Su poesía es metapoesía, no deja
de mirarse a sí misma, pero a la vez es el reflejo de lo que mira. Acaso leerla
no deje de ser una provocación.
toda muerte es un error/ del que
nada se aprende
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