Una calma que
antecede a la tormenta, ésa es la sensación que nos deja la obra de Martín. Uno
desliza la mirada por los versos y por debajo de las palabras va subiendo un
vientito que arrastra el estupor propio de las visiones fabulosas: Por
más que la ciudad derrama/ sus ruidos, el río tiene/ un silencio inmarcesible,
su secreto/ transparente, su carne de ángel.
Ya en el ojo del huracán, al
lector no le queda otra que dejarse llevar por tal locura, por remolinos de una
poética descarnada, sucia y fascinante: “el corazón/ todo
el cuerpo que forman/ sus cuerpos/ masturba el corazón/ para que siga el bombeo/
pero el beso roba sangre…”
No hay comentarios:
Publicar un comentario