“Me río de mi
río y también del río ajeno” como carta de presentación para este poeta.
Potente, de versos estruendosos, Tomás apunta con sus signos -¿de admiración?
¿de interrogación?- directo al lector y juega a la ruleta rusa, verso por
verso: no quiero tutelas/ de
coraje a pasitos/ de la muerte, ni luz mala/ de hordas flacas/ en el cielo que
elijo/para huir.
En su caos
poético el signo lingüístico no sabe qué hacer, por ende debe resignificarse
siempre – es decir, todo el tiempo- y
comienza a hablar consigo mismo: Me río de Baal y de Hermes y
de Paul,/ vikingos de razzia loca en la pegada/ que brincan entre fiordos/ desinflados;
sueñan/ el sueño que nos roban.
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