Alfredo inventa un idioma propio, donde definirse,
inventarse y tatuarse. Arroja sobre el papel nuevos signos que macera con
níqueles de la memoria visual. Escucha su propia voz y se hipnotiza; así, en
pleno trance, acorrala las palabras para que le den un poco más: “…desde las cajas de CDs perfectamente rotuladas llegaban los ruidos
que hacen los martillos cuando se talla un epitafio…”
¿Rótulos? No,
imposible, busque en otro lado.
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