Para aproximarse a la narrativa
de Despouy hay que estar prevenido, pues estamos en presencia de un autor que
posee el parlamento de un lunático. Con esa certeza propia de los extraviados
despliega un escenario surrealista donde lo onírico se hace un festín ¿Realismo
mágico o alquimia episódica? Uno puede creer en el autor, por la seguridad en
el tono de sus aseveraciones, pero, a sabiendas de internarse en otra dimensión,
de visiones apocalípticas: Por la tarde
me angustió saber que sin luna el mundo perdería su único ojo / que sólo de
espantosa miel sería la noche inaugural de los recién casados / que el hombre
lobo no tendría excusa para saciar su apetito de blancura / y que el lunático
se perdería para siempre en su lado más oscuro.
A pesar de tales visiones el
lector no puede dejar de leer –por curiosidad, o masoquismo- hasta la última
línea. Los lugares que convoca Juan, arbitrariamente poéticos, funcionan como
vía para descubrir la otra cara de la escritura: Dije luna y círculo, y el lenguaje me clavó su linealidad en la sangre
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