“…es nicho que traga y que se
lleva
amores empujados al olvido…”
Quitapenas, canción de Daniel Giovenco.
Acomodó
la última carta en la caja de zapatos. Envoltorios de Bon o Bon, mitades de entradas de cine, todos los recuerdos estaban
ahí.
Escuchó
la puerta abrirse.
—
¿Estás?— Preguntó su madre.
—Sí—
Contestó fastidiado.
Se
quedó mirando la caja mientras escuchaba ruido de cajones que se abrían y
cerraban, ollas, puertas.
Sus
manos le temblaban. Observó que su remera tenía manchas de sangre. Se la sacó,
la hizo un bollo y la tiró debajo de la cama. Se puso desodorante y se refregó
la cara con las manos.
—Hace
tiempo que no viene María—Dijo su madre desde la cocina.
—Y
no va a venir más.
—
¿Por qué?
—Porque
no.
—
¿Se pelearon otra vez?
—
¡Porque no! Me voy a lo de Gladys— A los pocos segundos se escuchó el portazo.
Estaba
con la vista perdida, pensando.“El canal” dijo como si fuera una revelación. Buscó
la plata que le habían adelantado de la quincena. Mirá que no me gusta hacer esto, le había dicho su patrón, no corrás la bola, te adelanto porque sos
laburador y el único que no me chorea, los otros pajeros se creen que no me doy
cuenta. Gracias, gracias, dijo, sí, sí, es que quiero hacerle un regalo a la
bruja.
Fue
hasta la cocina. Vio el plato de comida en la mesa tapado con otro plato de
vidrio transpirado encima. “La vieja…” murmuró sonriendo.
Agarró
un tenedor y sin sentarse comió un poco de guiso. Después, buscó un papel para
escribir.
“Comprate un bestido lindo vieja.
Besos.
Yo”.
Envolvió
los billetes con el papel escrito, les puso un elastiquín, y los dejó sobre la
mesa.
Fue
hasta el fondo de la casa a buscar la bicicleta. Apretó con el pulgar las
cubiertas para ver si estaban infladas. Ató la caja de zapatos al asiento de atrás.
Salió hasta la vereda.
A
la salida del barrio un grupo de niños inflaban y desinflaban una bolsa de Nylon
con la boca.
—Una monedita
para la birra, Tincho…— Dijo uno de ellos.
—Hoy no— Contestó
mientras los pasaba.
Llegó hasta el
canal. Ahí ya no había faroles que alumbraran el camino. Dejó de pedalear:
esperó que sus ojos se acostumbraran a
la luz de la luna. Siguió.
─Sos cualquiera.─ Recordó que le dijo a
María con el cuchillo aún entre las manos.
─Con este gil, no podés. No hacía falta esto.─
Gritaba ella mirando al otro en posición fetal retorciéndose de dolor.
─En el barrio estas cosas se arreglan así,
además él lo sacó.─ Aseveró, señalando el cuchillo.
─¡Pero no así, no así!─ Repetía ella.
─Mejor él antes que vos.─ Y fue lo último
que le dijo.
Los recuerdos
eran como chispazos en la oscuridad.
Orilló el cauce hasta
que los ruidos de la ciudad fueron menguando. El crujir de las ruedas en la
calle empedrada, y el sonido creciente del agua, era lo único que se escuchaba.
Desató el nudo y
fue, con la caja entre las manos, hasta la orilla. La luna se rompía en pedazos
en el reflejo del agua. Miró hacia el cielo y sollozó una palabra.
Después, el
estallido del cuerpo contra el agua, unas gotas cayendo en la tierra. Y el rugido
del canal como el único testigo de la noche.
No hay comentarios:
Publicar un comentario